Josías, otra vida talada de raíz

Son chiquitos los pibes de los márgenes. Cuando desaparecen y regresan hechos un manojo de restos, se asume en su total dimensión que las suyas son muertes niñas. Muertes que nunca deberían haber ocurrido, muertes que simbolizan “lo fatal”, que van siendo tejidas con las babas de un sistema que, al final, engulle a sus víctimas y vomita apenas unos pocos huesitos. Por Claudia Rafael – Agencia Pelota de Trapo.

Josías era delgado y medía tan solo 1.55. Tenía los cabellos castaño oscuro y los ojos marrones. Su nombre –dicen los libros de etimología- era de origen hebreo y se traduce como “al que dios ayuda”. Quién sabe qué dios debió socorrerlo cuando fue estragado y casi un mes después arrojado a un bañado del barrio San Miguel, de Oberá. Sólo sobrevivieron a la devastación de su cuerpo niño los tres tatuajes que no dejaron sitio para las dudas en la confirmación de su identidad: una palmera y una luna en uno y otro antebrazo y un jugador de básquet con una pelota en la pierna derecha.

Durante 34 largos días, Josías Ezequiel Galeano fue buscado, fue desesperado, fue soñado segundo a segundo como lo son las víctimas sistémicas. Como en cada una de las búsquedas de pibes que desaparecen fue visto por distintos rincones de la provincia. En una panadería del centro de Oberá, con un hombre mayor en Puerto Iguazú (a casi 270 kilómetros de distancia). Que fue olfateado por perros adiestrados a diversas distancias.

Josías recién apareció 34 días más tarde de aquel 30 de abril en que se despidió de su mamá para ir a una barbería. Como han escrito las Madres de todas las historias con letras de dolor, la de Josías lo siguió esperando día tras día, con esa silla que su niño dejó vacía y un plato baldío. Hasta que los tatuajes, resistentes a la tragedia, fueron los únicos que sobrevivieron para decirle que ya no debía esperar. Recién apareció en el mismo instante en que su papá iba por las calles pegando artesanalmente, como hacen las madres y las padres que denodadamente buscan a sus críos, cartelitos con el rostro del niño. Y alguien se acercó y le contó.

La historia de Josías Galeano se parece a la de otros tantos pibes. Hay un tarefero detenido, al que la madre define como “un perejil”. Hay sospechas de intervención policial en lo ocurrido, denuncias de instigaciones previas. El planteo de Cristian, el papá de Josías, se diferencia del de la madre pero también él, oficial de la policía, dejó entrever sus críticas a la fuerza provincial.

Entonces: ¿por qué no se apartó ni se aparta a la policía misionera de la investigación tal como reclamaron las comisiones nacional y provincial de Prevención de la Tortura y el Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS)?

¿Por qué nunca se encontró ninguna señal hasta el viernes a pesar de que esos 800 metros entre el bañado y la Seccional Quinta de policía fue rastrillado durante todo el mes por cientos y cientos de policías? ¿Por qué los vecinos de las tres casas a 50 y 80 metros del bañado tampoco percibieron absolutamente nada? ¿Por qué nadie en la zona intuyó ni percibió la existencia del cuerpo de Josías en el lugar, a pocos metros de una olería (fábrica de ladrillos), a escasa distancia de un potrero y a metros del arroyo en el que las mujeres del lugar lavan habitualmente la ropa?

Josías Galeano tenía 15 años. Su mamá, Carolina Ramírez, dijo a la periodista Adriana Meyer que unos veinte días antes de la desaparición, dos policías se lo llevaron y “lo tuvieron demorado cinco horas en una comisaría. Lo venían hostigando por cualquier cosa, lo veían en la calle y ya lo alzaban y le pegaban. Lo habían agarrado de punto”. Y presiente que Josías tal vez “sabía cosas o vio cosas, o se les pasó la mano. Lo golpearon tanto que la cara es irreconocible, los brazos todos cortados, en las piernas es impresionante lo que tiene lastimado y golpeado, las palmas de las manos todas cortadas como de alguien que se defiende, los dedos están como si se los hubieran roto, como si hubieran jugado con él. Por eso pedimos una segunda autopsia en la que no participe la policía”.

Como tantos otros pibes de los márgenes, Josías fue encontrado en un bañado a escasos 800 metros de la comisaría. Son historias de vida que conocen mucho del sufrimiento humano. Como Facundo Astudillo Castro, como Luciano Arruga. Como las cientos de historias ocultas o escondidas en los rincones de un país acostumbrado a devorar vidas.

Apenas un manojo de huesos no alcanzan para reconocer ahí la vida entera de alguien que fue amado, soñado, buscado. Apenas un manojo de huesos. Como los que le entregaron en una caja de jabón a la mamá de Mara Navarro, adolescente travesti, desaparecida hace casi 18 años y encontrada en un terreno baldío seis meses después.

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