El día después

Cuando todo pasó nada volvió a ser igual al día anterior en el que comenzó la pesadilla.

Durante meses lograron controlarnos, dirigirnos y disciplinarnos. No solo lo aceptamos sino que nos transformamos en guardianes de las reglas. Los que la quebraban eran denunciados por sus pares. A los que presentaban algún síntoma, sus casas eran marcadas con una cruz negra. Encerrarse era sinónimo de solidaridad. No se podía pasar de una ciudad a otra, se triplicaron las cámaras de seguridad en las calles y los celulares, que debían estar encendidos durante las 24 horas, fueron la mejor herramienta para controlar nuestros movimientos.

Hace un tiempo que la plaga pasó. Igualmente ya no apagamos los celulares, llamamos a la policía al ver gente que se junta, siempre tenemos el documento a mano para pasar de una ciudad a otra y miramos con desconfianza a cualquiera que estornude.

Pablo Marrero

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