La ciudad de los niños

Montevideo tendrá dentro de pocos meses una nueva obra de grandes proporciones, la llamada Ciudad de los Niños. Tiene un nombre algo sospechoso “el Shopping de los Niños”, pero esto no parece inquietar a casi nadie.
(Voltaire) Uruguay - Se erigirá junto al Montevideo Shopping, uno de los cuatro grandes templos al consumo con que cuenta la ciudad. Sus promotores sugieren que será un territorio en el que nuestros infantes aprenderán a ser adultos, a interrelacionarse con sus semejantes, a ser ciudadanos, en suma.
Como ejemplo de educación ciudadana, los entusiastas del proyecto alegan que allí los menores podrán jugar a trabajar, comprar o vender, aprender cómo funciona una fábrica de pastas, sacar la licencia de conducir, hacerse un chequeo médico, desentrañar los inquietantes misterios de una máquina que escupe botellas de refrescos y utilizar su propio dinero virtual o real. Los que dispongan de él, por supuesto, con lo que el número de “niños ciudadanos” no coincidirá con el de niños reales que viven en la ciudad.
Llevan razón, pues, los promotores del invento cuando afirman que la ciudad-shopping de los niños será una versión en miniatura de la otra, la de los adultos.
El proyecto de Shopping de los Niños es el corolario lógico de la naturalidad con la que los ciudadanos asumen dos fenómenos propios de la contemporaneidad: por un lado, la generalizada aceptación de que el hombre es en primerísimo lugar homo economicus y la idea de que una de sus creaciones civilizatorias más antiguas, la ciudad, es un mero territorio en el que se desenvuelven sus actividades productivas y de consumo.
Cualquier iniciativa que contribuya a que las actividades económicas sean más eficientes, veloces y productivas merece ser recibido con bombos y platillos, sea las que fueren las consecuencias que esas iniciativas tengan sobre las relaciones humanas y la vida extraeconómica.
De ahí que tampoco resulte misterioso que se le dé una irresponsable bienvenida a cualquier ensanchamiento de una calle montevideana que contribuya a facilitar la circulación del automóvil particular, independientemente de que se destruya un barrio o se reduzcan las posibilidades de interrelación (no económica) entre los individuos.
El otro fenómeno es la nada evidente pero sostenida mutación del ciudadano en consumidor, que permite que unos vulgares inversores disfracen un negocio como cualquier otro de labor educativa.
Con la multiplicación de las iniciativas privatizadoras a las que asistimos en la actualidad se reduce ese espacio común, ciudadano, y con su encogimiento disminuye la riqueza y la diversidad que aportaba en términos culturales y políticos. Las nuevas intervenciones urbanas no tienden a ensanchar ese espacio público, sino a reducirlo. Esas tendencias urbanísticas, determinadas en su mayor parte por voraces apetitos empresariales crean espacios homogéneos, específicos de cada sector social, en los que no hay lugar para los sapos de otro pozo, reproduciéndose así la misma estructura imperante en la sociedad.
El centro comercial es el paradigma de esa segregación, allí consumen los que son "como nosotros". No hace falta decir que la multiplicación de estos emprendimientos urbanísticos equivale a socavar los cimientos de la política en particular y del espacio público en general.
De llevarse esta lógica hasta las últimas consecuencias no habrá más territorios para vincularse con extraños y desconocidos, para los que no son de los “nuestros”. Así, lo urbano será cada vez menos el territorio de los que pertenecen a una misma comunidad política, es decir todos en las democracias contemporáneas.
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