- Detalles
- Categoría: Uruguay
- Publicado: Domingo 22 de Julio de 2007
Montevideo tendrá dentro de pocos meses una nueva
obra de grandes proporciones, la llamada Ciudad de los Niños. Tiene un
nombre algo sospechoso “el Shopping de los Niños”, pero esto no parece
inquietar a casi nadie.
(Voltaire) Uruguay - Se erigirá junto al Montevideo Shopping, uno de
los cuatro grandes templos al consumo con que cuenta la ciudad. Sus
promotores sugieren que será un territorio en el que nuestros infantes
aprenderán a ser adultos, a interrelacionarse con sus semejantes, a ser
ciudadanos, en suma.
Como ejemplo de educación ciudadana, los entusiastas del proyecto
alegan que allí los menores podrán jugar a trabajar, comprar o vender,
aprender cómo funciona una fábrica de pastas, sacar la licencia de
conducir, hacerse un chequeo médico, desentrañar los inquietantes
misterios de una máquina que escupe botellas de refrescos y utilizar su
propio dinero virtual o real. Los que dispongan de él, por supuesto,
con lo que el número de “niños ciudadanos” no coincidirá con el de
niños reales que viven en la ciudad.
Llevan razón, pues, los promotores del invento cuando afirman que la
ciudad-shopping de los niños será una versión en miniatura de la otra,
la de los adultos.
El proyecto de Shopping de los Niños es el corolario lógico de la
naturalidad con la que los ciudadanos asumen dos fenómenos propios de
la contemporaneidad: por un lado, la generalizada aceptación de que el
hombre es en primerísimo lugar homo economicus y la idea de que una de
sus creaciones civilizatorias más antiguas, la ciudad, es un mero
territorio en el que se desenvuelven sus actividades productivas y de
consumo.
Cualquier iniciativa que contribuya a que las actividades económicas
sean más eficientes, veloces y productivas merece ser recibido con
bombos y platillos, sea las que fueren las consecuencias que esas
iniciativas tengan sobre las relaciones humanas y la vida
extraeconómica.
De ahí que tampoco resulte misterioso que se le dé una irresponsable
bienvenida a cualquier ensanchamiento de una calle montevideana que
contribuya a facilitar la circulación del automóvil particular,
independientemente de que se destruya un barrio o se reduzcan las
posibilidades de interrelación (no económica) entre los individuos.
El otro fenómeno es la nada evidente pero sostenida mutación del
ciudadano en consumidor, que permite que unos vulgares inversores
disfracen un negocio como cualquier otro de labor educativa.
Con la multiplicación de las iniciativas privatizadoras a las que
asistimos en la actualidad se reduce ese espacio común, ciudadano, y
con su encogimiento disminuye la riqueza y la diversidad que aportaba
en términos culturales y políticos. Las nuevas intervenciones urbanas
no tienden a ensanchar ese espacio público, sino a reducirlo. Esas
tendencias urbanísticas, determinadas en su mayor parte por voraces
apetitos empresariales crean espacios homogéneos, específicos de cada
sector social, en los que no hay lugar para los sapos de otro pozo,
reproduciéndose así la misma estructura imperante en la sociedad.
El centro comercial es el paradigma de esa segregación, allí consumen
los que son "como nosotros". No hace falta decir que la multiplicación
de estos emprendimientos urbanísticos equivale a socavar los cimientos
de la política en particular y del espacio público en general.
De llevarse esta lógica hasta las últimas consecuencias no habrá más
territorios para vincularse con extraños y desconocidos, para los que
no son de los “nuestros”. Así, lo urbano será cada vez menos el
territorio de los que pertenecen a una misma comunidad política, es
decir todos en las democracias contemporáneas.