La salud empieza en la raíz

En el marco de la pandemia desatada por el Coronavirus, desde la UTT nos preguntamos qué tiene que ver el sistema agroalimentario y nuestra forma de alimentación con la salud y la propagación de los virus. “La integridad de nuestros sistemas inmunológicos depende de la salud de nuestros alimentos”, responde el doctor Damián Verzeñassi. En las próximas líneas, un referente de la ciencia y la medicina críticas nos comparte su mirada.

(Por Damián Verzeñassi) Argentina- Si lo primero que necesitamos los seres humanos para vivir (luego de respirar) es alimentarnos, es claro que allí está la base indiscutible del cuidado de la salud y de la vida: en los alimentos.

Como hemos dicho en muchas oportunidades, un alimento es una sustancia que al incorporarse a nuestro organismo, nos permite desarrollar nuestras funciones biológicas saludablemente. Por lo tanto, si lo que ingerimos, contiene elementos que pueden poner en riesgo nuestra salud (como venenos o transgénicos) NO es alimento, sino simplemente comida.

Al mismo tiempo, si reconocemos que la salud de los seres humanos es en parte expresión de la salud de los territorios donde éstos viven, resulta fundamental abordar el cuidado de la Salud de la Madre Tierra, como ejercicio primario para el cuidado de la salud humana.

En tiempos en los que nuestros sistemas inmunológicos están siendo puestos en jaque permanentemente, a partir de las sustancias tóxicas que nos invaden al respirar (la OMS reconoció que la contaminación del aire es responsable de la muerte de más de 7 millones de personas al año), al comer (nuestros platos contienen mas sustancias tóxicas, transgénicas y plástico del que nos advierten las etiquetas), al beber (estudios científicos han identificado agrotóxicos en leche materna, en cerveza, en cursos de agua que abastecen a nuestras ciudades), urge iniciar acciones para revertir esos procesos y comenzar a recorrer el camino para la recuperación de la salud de nuestros ecosistemas.

Porque si nuestros cuerpos son invadidos por sustancias con capacidad de alterar nuestras hormonas, y con ello el funcionamiento de nuestros órganos (como hacen los disruptores endócrinos), si nuestros sistemas de generación de células para la defensa son alterados, debilitados por la acción de sustancias químicas que destruyen nuestras microbiotas intestinales afectando la permeabilidad y capacidad de absorción de nutrientes del aparato digestivo, si nuestra integridad genética se encuentra dañada, no hay posibilidades reales de poder desarrollar nuestro ciclo vital saludablemente.

Vivimos un tiempo en el que se nos ha hecho creer que cualquier comida es alimento, y que solo se trata de llenar los estómagos para resolver el hambre. Un tiempo donde se aplaude y condecora a quien en un laboratorio fabrica “supersopas”, y al mismo tiempo se menosprecia y persigue a los campesinos capaces de garantizar alimentos sanos en territorios saludables, desconociendo que son ellos los verdaderos garantes de una política de “hambre cero”.

En épocas donde la acción humana, a partir de la instalación de modos de producción basados en la necesidad de acumulación por despojo, ha arrasado con los territorios naturales y salvajes, depredado las diversidades biológicas y culturales, destruido los montes nativos, mares, ríos, montañas y valles, a lo largo y ancho del planeta, se hace imperioso reconocer que la aparición de nuevas formas de vida microbiana, con capacidad de sobrevivir a nuestra química antibiótica y a las medicinas que hasta ahora conocemos, es en gran medida el resultado del avance sin freno del ecocidio que se ha desatado en el planeta.

Los modos de producciones contaminantes, dependientes de venenos y petróleo, se instalaron en nuestros territorios como parte de una estrategia de dominación a partir de la enfermedad, porque cuando se debilita la salud, lo que se pierde es la Libertad.

Un pueblo enfermo, es un pueblo con menos posibilidades de ejercer su derecho a luchar por una vida digna. Por eso hay quienes nos quieren enfermos, débiles, sometidos al poder del complejo médico-militar-policial manejado por las corporaciones químicas de la industria farmacéutica que en muchos casos es también la responsable de la producción y venta de los productos que nos contaminan.

Por todo esto, si queremos realmente recuperar nuestra salud, como herramienta clave para la lucha por la libertad de nuestros pueblos, necesitamos recomponer nuestros sistemas inmunológicos, tanto a nivel individual como colectivo.

Y es justamente en ese punto donde nos debemos como sociedad el debate respecto a qué estamos esperando para exigir la generación de políticas que sostengan y acompañen a las mujeres y hombres dispuestos a producir la comida sana, segura y soberana, es decir a quienes produzcan alimentos de verdad.

La integridad de nuestros sistemas inmunológicos depende de la salud de nuestros alimentos.

Reconocer que los primeros trabajadores de la salud son las comunidades campesinas (rurales y urbanas) que se decidieron por la agroecología, y cuidando la salud de los suelos, de los alimentos, se cuidan a ellos, a sus familias y a todos nosotros, es un paso que no puede obviarse en ese camino hacia la construcción de una sociedad saludable, para un pueblo libre y soberano.

Porque al igual que los frutos de la tierra, que son el primer eslabón de la cadena alimentaria, la salud y la libertad, crecen desde la raíz.

Y en ese camino queremos andar algunos de quienes, desde las universidades, desde los sistemas de atención de la salud, desde los movimientos sociales, nos estamos encontrando priorizando los acuerdos para fortalecernos, reconociendo nuestras diferencias para nutrirnos de ellas, abrazando ideas y sueños para seguir transformando la realidad con nuestras propias manos, desde la acción colectiva, pues nada importante puede lograrse si no es haciendo comunidad, desde la solidaridad, la cooperación, el cuidado mutuo.

Recuperar la salud del suelo, del agua y el aire, tejer redes de cuidado para hacer crecer relaciones amorosas, desde los diálogos de saberes, revalorizar la memoria colectiva y las prácticas ancestrales de quienes fueron capaces de comprender que somos parte de la Naturaleza y al ritmo de sus ciclos debemos ser, es un sueño de esos que estimulan, y que nos hacen sentir que vale la pena vivir para hacerlos realidad.

Fuente: UTT - Unión de trabajadores de la tierra.

Foto: Juan Pablo Barrientos

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