Red Eco Alternativo ***

Diego...Diego

Diego Armando Maradona murió este miércoles a los 60 años. Esta siendo velado en la Casa Rosada donde, desde anoche miles de personas se reúnen en la Plaza de Mayo en vigilia para despedir al "Diez", con cantos, llantos y agradecimientos. 


Alba Movimientos despide a Diego Maradona

fidel diego

El Diego, al igual que Fidel, no necesita apellido, porque el pueblo sabe que es uno de los suyos. Hoy despedimos a Diego, y Nuestra América llora a unos de sus luchadores, a un pibe de la patria profunda que supo destellar por el mundo sin perder nunca ese potrero y ese barrio que llevaba con orgullo a cada rincón donde iba. Y por esas casualidades de la historia también, al igual que Fidel, parte un 25 de noviembre.

Pero el Diego es gigante, sobretodo, por su irreverencia contra los poderosos, contra los opresores, tan gigante como su ternura con los pueblos y con las causas justas: No importaba la latitud, no importaban las contradicciones: el Diego siempre decidió estar del lado de las y los más humildes. Los grandes poderes mediáticos y económicos nunca le perdonaron su rebeldía, sus contradicciones y sus flaquezas porque ellos querían un ídolo del fútbol aséptico que solo haga goles y cierre la boca. Pero con el Diego nunca pudieron. Maradona siempre tuvo en primer orden de prioridad la solidaridad con las causas del pueblo nuestroamericano: Desde abrazar a Fidel, recordar al Che, defender la Revolución Cubana, la Revolución Bolivariana, el proceso de cambio en Bolivia y denunciar el Golpe, pasando por jugar un partido de fútbol en Bogotá por el derecho del pueblo colombiano a consolidar su sueño de un país en paz, hasta seguir, con los pies en el barro, el camino en tren de Buenos Aires a Mar del Plata para plantarse junto al Comandante Chávez y gritarle a Bush y sus cipayos que este es un continente digno, con la bandera en alto del NO al ALCA.

Los pueblos no olvidan a aquellos que estuvieron en los momentos más dificiles en primera línea de batalla. Mientras tantos otros y otras, desde la comodidad de la fama o la supuesta corección política le daban la espalda a la Venezuela Bolivariana y bloqueada por el Imperio, el Diego aparecía para defender el proyecto que nos dejó Chávez y que continúa Nicolás. Mientras tantos otros y otras dudaban con tecnicismos y tibieza si lo del 2019 había sido un Golpe en Bolivia, el Diego salía a respaldar a Evo y darle fuerza al pueblo boliviano. Mientras tantos otros y otras aparecían en los medios hegemónicos posando en cómodos sillones, el Diego elegía los estudios de TeleSUR mostrando con orgullo su tatuaje del Che, para denunciar la corrupción de los autoproclamados dueños y señores del Fútbol.

Además de todo esto, y también por todo esto, el Diego fue el mejor jugador de Fútbol de la historia. Y salió de la villa con la magia de la zurda, y todas sus gambetas para dignificar a los pueblos.

El Gol de Maradona a los ingleses, fue el gol de Nuestra América contra el imperialismo. El Diego es la victoria de los pueblos.

Y como los pueblos no olvidamos, así como a Fidel, como Chávez y como al Che, lo recordaremos y lo llevaremos en el corazón.

Así como la pelota, las ideas y los principios no se manchan.

Hasta la victoria siempre, Diego.

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Argentina. Olé, olé, olé… Diegoooo, Diegooo

Por Alejo Brignole

“La verdad, no me importa lo que Diego hizo con su vida. Me importa lo que hizo con la mía”
Roberto Fontanarrosa, dibujante e historietista argentino
¿Acaso, Diego querido, había alguna duda de que el partido algún día terminaría? ¿De que el gran campeonato de la vida iba a tener su clausura? ¿Qué habría un minuto final en este juego que jugaste hasta la extenuación, como nadie, como nunca nadie quizás podrá jugar?

Hoy, 25 de noviembre de 2020, Diego Armando Maradona hiciste tu pase final dejando una estela de alegrías populares, de un frenesí que encendió millones de gargantas al grito de “¡Maradó, Maradó!”. Porque fuiste el hijo más amado, el mago de los sueños, el fuego de toda una nación que le gritó al mundo: “somos invencibles aunque nos peguen, nos maten, nos desaparezcan, nos endeuden, nos vendan los traidores, o nos ganen guerras en islas remotas”. Fuiste la voz del pueblo y con esa garganta tuya tan llena de himnos crueles y de hambres insatisfechas que jamás te doblegaron, siempre gritaste verdades incómodas. Y con esa voz de pibe de barrio que nunca te importó disimular, confrontaste a los poderosos que nunca, de ningún modo y en ningún tiempo, pudieron comprarte. Y a la gloria de tus pies, magia inefable que pocos pudieron comprender y todos admirar, le añadiste el triunfo de tu espíritu íntegro, popular y desafiante. 

Recuerdo cuando en 1989, los representantes de la agencia International Management Group de EE.UU te hicieron una propuesta: ser la cara del mundial de Estados Unidos 1994. Te ofrecieron 100 millones de dólares. Pero había un detalle en el contrato: debías obtener la ciudadanía estadounidense. Hasta te llamó por teléfono el genocida ex Secretario de Estado de los Estados Unidos, Henry Kissinger y prometió eximirte de las obligaciones fiscales. Pero aún así te negaste y les dijiste “la posibilidad de ser argentino no tiene precio en absoluto”.

¡Pobres yanquis de mierda!… (diría el gran Hugo Chávez que tanto te admiraba). Siempre creyeron que sus dólares lo podían comprar todo.

Es verdad que compran “casi” todo: a nuestros periodistas, generales, jueces, indios emblanquecidos y toda clase de lúmpenes despreciables que sueñan con su Green Card. Pero no al pibe 10 de Villa Fiorito, al Dios de la Iglesia Maradoniana que tiene medio millón de seguidores. Ni en sueños, los bobos del norte rico podrían haberte comprado. Porque fuiste un argentino orgulloso, feroz en tu vitalismo sin prejuicios. Ardiente como tu pueblo, al que exacerbaste con mil gambetas inenarrables, con goles mitológicos y triunfos devastadores que enmudecían el alma, desbordada ante tu genio.

Siempre te gustó entrar con los botines de punta en el orden cerrado que los dueños de mundo pretenden para el resto. Por eso te odiaron intensamente, como a casi nadie, con su inmensa capacidad de odio. Porque con tu ofensiva grandeza y tus palabras haciendo foul en cada frase, les rompías el juego de laS verdades a medias, de las hipocresías, de los negocios oscuros, de las máscaras infames. ¡Hermoso Quijote de pies alados!

Y a pesar de que te ofrecieron el cetro de los dioses, coronas, togas y mantos púrpuras, siempre elegiste el lado gris de la realidad. Supongo que jamás olvidaste que la realidad, la verdadera, la que sufren y padecen las masas que te aclamaron, los condenados de la Tierra, era la que merecía ser transitada y honrada con tu coherencia. Y como todo hombre que pisa el mundo con pies grandes, has pisado también todos los terrenos. Inclusos los fangosos.

Te equivocaste como el niño pobre que eras, te dejaste arrastrar por la ira, a veces por cierta vanidad –adorno infranqueable de los espíritus celebérrimos–. Y también por la lujuria, por ese hedonismo difícil de saltar sin tocar sus orillas resbalosas que nos hacen caer. La fama, que todo lo demuele, te dejó cicatrices imposibles de ocultar. Sin embargo, nada de eso resultó comparable a tu más grande ejercicio: el amor por tu pueblo, al que jamás le diste la espalda ni traicionaste por 30 monedas.

Tus mejores diademas fueron simplemente dos: gambeta y orgullo latinoamericano. A muerte, martiano, sin dobleces, furioso en la lucha cultural de todo un continente que te cantará por siempre “¡Maradó, Maradó!”. Una invocación emparentada a aquella otra que le cantaban a Fidel.

Por eso no me resulta extraño que te hayas ido en esta fecha -25 de noviembre- tan oscura y bella a la vez. La fecha en que el Comandante nos dejó hace cuatro años. Estoy seguro, Diego, Pelusa hermano mío, que ese otro grande que te colmó con su amor revolucionario, el Comandante Eterno, te llamó a filas en este día raro. La misma jornada histórica en que el Granma partió para liberar a Cuba. Y día escogido por Fidel para delegar la lucha.

Gracias Diego por tanto obsequio. Sin dudas viniste a nosotros para cambiarlo todo. Para dejarnos recuerdos y lecciones de integridad nuestramericana. Nos obsequiaste tu vida y a ella abrazaremos siempre, con sus bálsamos y dolores. Con sus tragedias y esta apoteosis que hoy se inicia para no concluir jamás. Por eso hoy dejaré de lado mi agnosticimo y me sumaré a la Iglesia Maradoniana para orar en voz alta:

Creo en Diego.

Futbolista todopoderoso,

Creador de magia y de pasión.

(…) Fue crucificado, muerto y maltratado.

Suspendido de las canchas.

Le cortaron las piernas.

Pero él volvió y resucitó su hechizo.

Estará dentro de nuestros corazones,

por siempre y en la eternidad.

Creo en el espíritu futbolero,

La santa Iglesia Maradoniana,

El gol a los ingleses,

La zurda mágica,

La eterna gambeta endiablada,

Y en un Diego eterno.

SIMPLEMENTE… ¡Gracias Diego!

Fuente: Resumen Latinoamericano tomada de REDH Cap.Argentina

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Adiós a Diego y adiós a Maradona

Por Jorge Valdano (*)

Aquellos que arrugan el rostro pensando en el último Maradona, con dificultades para caminar, problemas para vocalizar, abrazando a Maduro y haciendo de su vida lo que le daba la gana, harán bien en abandonar esta despedida que abrazará al genio y absolverá al hombre. No van a encontrar un solo reproche porque el futbolista no tenía defectos y el hombre fue una víctima. ¿De quién? De mí o de usted, por ejemplo, que seguramente en algún momento lo elogiamos sin piedad.

Hay algo perverso en una vida que te cumple todos los sueños y Diego sufrió como nadie la generosidad de su destino. Fue el fatal recorrido desde su condición de humano al de mito, el que lo dividió en dos: por un lado, Diego; por el otro, Maradona. Fernando Signorini, su preparador físico, tipo sensible e inteligente y, posiblemente, el hombre que mejor le conoció, solía decir: "Con Diego iría al fin del mundo, pero con Maradona ni a la esquina". Diego era un producto más del humilde barrio en el que nació. A Maradona lo sobrepasó una fama temprana. Esa glorificación provocó una cadena de consecuencias, la peor de las cuales fue la inevitable tentación de escalar todos los días hasta la altura de su leyenda. En una personalidad adictiva como la suya, aquello fue mortal de necesidad.

Si el fútbol es universal, Maradona también lo es, porque Maradona y fútbol ya son sinónimos. Pero a la vez era inequívocamente argentino, lo que explica el poder sentimental que siempre ha tenido en nuestro país y que lo hizo impune. Un hombre que, por su condición de genio, dejó de tener límites desde la adolescencia y que, por su origen, creció con orgullo de clase. Por esa razón, y también por su fuerza representativa, con Maradona los pobres le ganaron a los ricos, de manera que las adhesiones incondicionales que tenía allá abajo fueron proporcionales a la desconfianza que le tenían los de arriba. Los ricos odian perder. Pero hasta sus peores enemigos tuvieron que sacarse el sombrero ante su descomunal talento futbolístico. No había más remedio.

Hay algo perverso en una vida que te cumple todos los sueños y Diego sufrió como nadie la generosidad de su destino.

Con poco más de 15 años empezó a concursar para dios del fútbol. Lo hizo, además, en un país que lo acogió como a un mesías sentimental, porque el fútbol, en Argentina, es un juego que solo llega a la mente después de pasar por el corazón. La fascinación por el arte barrial que Diego llevó a los estadios trascendió al hinchismo. No importaba la camiseta que llevara, era un genio, era argentino y eso resultaba suficiente para desatar el orgullo.

Domador de la pelota

Como es su obra lo que lo hizo grande, y no su vida, empecemos por ahí. Hay una primera imagen de Diego dominando la pelota en un escenario humilde, concentrado como un burócrata y feliz como un niño que arma y desarma la pelota, el juguete de su vida. Primero la zurda y luego la cabeza, no la dejan caer en lo que parece una amable discusión con esa pelota que aún se le rebela. Está a punto de escaparse, pero Diego no la deja, la somete, como si la estuviera domando más que dominando. Tiene poco más de diez años y ya apunta para virtuoso, aunque la pelota y Diego aún se estén conociendo.

El idilio del domador con la pelota creció con el tiempo hasta llegar a un punto en que ver a Diego manejarla era un espectáculo aparte. Cuando entrenaba, y solo para dar un ejemplo, la tiraba hasta el cielo con un efecto que solo él entendía y, mientras la pelota viajaba, Diego hacía ejercicios como si no se acordará de lo que había dejado colgado en el aire. Pero cuando la pelota, ya cayendo, llegaba a su altura, volvía a mirarla haciéndose el sorprendido, para devolvérsela al cielo con otro efecto y olvidarse de ella otro ratito. Sabía exactamente el momento y el lugar del reencuentro. Lo demás corría a cuenta de su precisión milimétrica. Su infinito repertorio acomplejaba.

Si el fútbol es universal, Maradona también lo es, porque Maradona y fútbol ya son sinónimos

Estábamos en Berlín esperando un partido con Argentina y Bilardo insistía en la necesidad de depurar la técnica y, como las obsesiones nunca se quedan cortas, repetía sin parar que un jugador argentino tenía que vivir con la pelota en los pies: "Mañana, tarde y noche, siempre con la pelota". Días repitiendo lo mismo. Así las cosas, a la hora de comer Diego salió de su habitación dominando una pelota, tomó un ascensor en el que siguió haciendo jueguitos, llegó al comedor, se sentó y la pelota seguía sin caerse mientras picoteaba el pan. Bilardo entró, lo vio y con una sonrisa de oreja a oreja se llenó de razón: "¿Ven? Por eso es Maradona". Este episodio que siempre evoqué con una sonrisa, hoy llega envuelto en una inevitable tristeza.

El virtuosismo que alcanzó con la pelota, y que todos admiramos, lo llevó luego a la concepción del juego hasta hacer de la perfección una costumbre. Con esa mirada periférica de lechuza, con la noble elegancia de un mago para engañar y la potencia de un cuatro por cuatro para escapar, con pases sin defectos para asociarse, con tiros letales y con una personalidad napoleónica para afrontar las grandes batallas...

En ningún lugar fue tan feliz como dentro de una cancha. Ahí tenía una cita con su amor, la pelota, pero también un dominio espectacular de la escena, como si no se sintiera parte de un equipo, sino único. Como un roquero enloqueciendo a la multitud, antes que un futbolista. La seguridad que tenía con la pelota y la superioridad abusiva de su juego, la fue incorporando a su mentalidad hasta que llegó el día fatídico en que el personaje supero a la persona. Era distinto, se sentía distinto y actuaba distinto.

Un solista

En algún momento de la anterior reflexión se me escaparon dos conceptos que, mal interpretados, son injuriosos y conviene aclarar. El primero, cuando dije que era más cantante que futbolista. La imagen la escribí para exaltar al solista, pero nunca para rebajar al futbolista. Fue y murió con alma de jugador de fútbol. La segunda aclaración es sobre su condición de "solista". Sobresalía del equipo con un brillo incomparable, pero no solo se sentía parte, sino que era muy generoso con los compañeros. La felicidad que sentía dentro de una cancha lo convertía en solidario, valiente, hábil hasta el exhibicionismo y competitivo como un hambriento. Por esa razón, estoy convencido de que, solo por haber pisado gloriosamente esos cien metros por setenta, la vida le mereció la pena.

Como hizo Homero con su Ulises, conviene no hacer descripciones externas y reservar para Diego los mismos calificativos que para el héroe de la Odisea: "Sagaz", "mañoso", "certero", "de muchos trucos"

Como este recuerdo se propone también llamar la atención sobre la exagerada vida de Diego, hay que llegar a Nápoles, donde en ocho años intensos como un siglo, su fútbol alcanzó alturas desconocidas para el club y gloriosas para él mismo, pero donde su vida descarriló. El goce y el dolor, la luz y la oscuridad, la cima más alta y el pozo más profundo. La salud, que era el fútbol; y la enfermedad que le contagió la vida. Nadie, que yo conozca, hizo una travesía tan larga y sinuosa.

En las dos puntas (la de la cancha y la de la vida) habitó un superhombre. En la cancha porque, rodeado de jugadores normales, fue más fuerte que los árbitros, que el poder del norte, que el súper Milan de Sacchi y que la pobre historia del Nápoles. Era él contra el mundo. Y ganaba él. En el Mundial 86, donde jugó en estado de gracia, su genialidad conoció el punto más alto el día que venció a Inglaterra. Como hizo Homero con su Ulises, conviene no hacer descripciones externas y reservar para Diego los mismos calificativos que para el héroe de la Odisea: "Sagaz", "mañoso", "certero", "de muchos trucos". El fútbol de Diego estaba hecho de belleza, de creatividad, de orgullo, de hombría y, aquella tarde frente a Inglaterra, de argentinidad al palo, con proporciones parecidas de viveza y habilidad. Diego marcó un gol estratosférico y otro tramposo. Aquí está el mejor ejemplo de esa frase que aplicamos en ocasiones menos oportunas que esta: estaba por encima del bien y del mal.

También en la vida habitó un superhombre porque, si bien Jesucristo resucitó al tercer día, cosa que no es sencilla, Maradona resucitó por lo menos tres veces, que tampoco es fácil. Era tan fuerte físicamente, como grande era su genio futbolístico. De hecho, todos sus excesos fueron un atentado contra el deporte y, sin embargo, no lograron empañar su descomunal talento, aunque en ocasiones jugara en condiciones alarmantes.

En la admiración y en la pena caben distintos tipos de emoción. Hoy hasta la pelota, el juguete más comunitario que existe, se sentirá más sola y llorará desconsolada a su dueño. Todos los que amamos el fútbol auténtico, lloramos con ella a Maradona. Y quienes lo conocimos, lloraremos aún más por aquel Diego que, en los últimos tiempos, casi había desaparecido bajo el peso de su leyenda y de su exagerada vida. Adiós, gran Capitán.

(*) Jugador de futbol, excompañero y campeón del Mundial 1986 junto a iego Maradona

Fuente: La Nación

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Fotos de la vigilia durante la noche del miércoles: Germán Romeo Pena (ANRed)

Fotos: Germán Romeo Pena (ANRed)

 

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