Perruna

GONZALO BESTEIRO

Porque resulta que volví a casa, cargada como siempre, la mochila en la espalda, la bolsa de la compra en una mano, el paraguas porque llovía y cómo, paraguas aferrado debajo del brazo, con el codo haciendo fuerza para un imposible equilibrio y la llave en la otra mano, que encima todavía no me acostumbro a tu puerta, nuestra puerta ya, estoy un buen rato tratando de atinarle a ver cuál es la llave que abre y por consiguiente cuáles son las que no abren y quedaron ahí, de otras puertas y otras casas, porque vos sos así, de juntar inexplicablemente porquerías de ese estilo y de otros. Entonces llego empapada, un poco por la calle y el día, por esta lluvia torrencial que se largó furiosa sobre la ciudad y yo pensaba que seguramente se estaría inundando la casa, entrando el agua por debajo de las puertas, goteando por las juntas del cerramiento del living que fuera patio, resbalando ansiosas por las paredes de policarbonato y vos encerrado sin saber demasiado qué hacer ni a dónde ir, porque llueve y poco y nada se puede hacer cuando llueve y no se tiene demasiado para hacer. Y encima empapada un poco de más, por los segundos torrenciales que me demoré en la puerta de calle, haciendo malabares con la mochila, la bolsa del mercado, el paraguas, la llave, hasta que la emboqué y entré a la casa, y todavía me mojé un poco más en el trayecto del pasillo que por techo sólo tiene unas varillas de metal cuya utilidad nunca supiste indicarme y yo por vagancia intelectual tampoco pensé en decretar, así que segunda puerta -ésta la tengo un poco más fácil por descarte- y abro para adentro, y ni vos ni los perros vienen a saludarme, porque se ve que les pintó la siesta, la lluvia como un canto de sirena para el sueño vespertino y además la cantinela del reposo que te tiene arrobado en estas cuatro paredes que se multiplican en ocho, en doce, en dieciséis, por las habitaciones de la casa, tu casa, nuestra casa, qué raro decirle así.

Y ahí estás, vos y los perros, los cuatro pero sobretodo vos. Manada amontonada uno encima de otro, bola de pelos en forma de rompecabezas antojadizo, cabeza sobre pecho, pata sobre cabeza, muslo entreverado, jauría somnolienta y plácida con ruido de lluvia de fondo, mientras yo entro a la casa cargada y empapada, cúmulo de pelos, patas, hocicos, orejas, ojos y colas,  desaprovechando la extensión toda del sillón porque los cuatro se amuchan en dos tercios, no dejando prácticamente hueco de manta sin cubrir y reposan sin inmutarse. Pero vos sobretodo, entremedio, recostado en el lomo del viejo, que seguramente debió haber gruñido cuando te apoyaste en él -porque así es de cabrón- y gruñido después cuando te acomodaste con la cabeza así, un poco sobre sus cuartos traseros y otro poco descansando en el respaldo del sillón, echado de perfil,  no digamos en estado fetal pero casi, las piernas flexionadas como en unas eles imperfectas, con las rodillas apuntando un poco hacia arriba y hacia adelante. Inmóvil, porque debajo del brazo que no tenés aprisionado entre tu cuerpo y el sillón, ahí en el hueco entre tu costado y el aire, atravesado de lado a lado está el chiquitín, que duerme plácido y contento, porque durante semanas se amontonó con sus hermanitos recién nacidos y ahora se quedó él nomás, entonces duerme solo porque todavía no puede subirse al sillón en donde por las noches y las tardes duermen sus congéneres más añosos, pero ahora que suerte que le tocó, dormir otra vez entreverado con la manada, compartiendo el calor y el pelo. Porque además de estar dormido debajo de tu brazo y por sobre tu costado, un poco más allá está mamá Pelusa, que como siempre encontró mágicamente la forma de doblarse para caber en un pequeño hueco libre de sillón, el que quedaba en la punta y ahí está hecha un ovillo, apoyada la cabeza en la cola, en imperfecta redondez de pelos marrones, beiges y negros, con las orejas triangulares y puntiagudas en reposo, en contacto con tu cuerpo, viste que a ella le gusta echarse encima de uno, descargar el propio peso en el costado del otro como diciendo acá estoy, sentime, tengo peso y ansias-. Y finalizando con el recorte perruno, tu cabeza recostada sobre el lomo del Pucho -así le pusiste por esa tos ronca que lo achaca de medianoche, pero a fuerza de costumbre y por obvias razones le quedó el viejo- que se estira desde vos, un poco en diagonal, con la cara al borde del abismo pero dejando libre, lo dicho, casi un tercio de sillón por esa cosa animal de andar economizando energía, espacio y calores, salvo en épocas veraniegas de mucha, mucha temperatura, en las que cada uno busca un lugarcito fresco y solitario para respirar por narinas y pelos, pasar el rato hasta que refresque por la noche. Pero ahí vos, tan en tu siesta perruna, tan loco de los perros como me gusta decirte cuando paseas a los gritos por la calle, que si antes con dos era una locura, te imaginarás que con tres, pero bueno, qué te voy a venir yo con eso a vos ahora. A vos que estás en el cuarto sueño de los perros.

Porque aún ni te inmutaste de mi llegada. Y yo impávida y azorada de tus capacidades camaleónicas, tan vuelto perro por momentos, tan manso y fiel y ansioso de amor, tan de hacerme fiesta cuando llego y saltarme alrededor contándome de tu día, las cosas que rompiste y si pudiste seguir la novela esta tarde o te distrajiste mirando las hormigas que recorrían la medianera del patio llevando los pedacitos de las flores que se fueron cayendo del limonero, tan de moverme la cola si llego con un pedazo de carne para hacer al horno con papas o una película nueva que conseguí en el puesto de copias truchas de la estación de tren. Y a veces tan guardián e intempestivo, tan cabrón como el viejo, que está ahí echado todo el día, sin hacer nada y cada tanto se manda tres o cuatro chumbidos para demostrar no sé qué, ponele que sigue siendo el macho dominante aunque ya nadie le cree, ni el chiquitín, que se le trepa encima haciendo caso omiso de la mueca de perro malo que gruñe y muestra los dientes pero ya no convence a nadie. Y vos que te ofuscás como el viejo y me dedicás tus gruñidos, a mí o a la nada misma, y la verdad que me da un poco de ternura ese fastidio fugaz que a lo sumo te dura un soplo porque al rato ya estás de nuevo con esa cara de perro manso, sacando la lengua y moviendo la cola, vamos a comer afuera o a pasear a la plaza, ¿fumamos?, mirá lo que escribí hoy, te extrañé tanto mientras no estabas mi amor.

Pero no esta vez, porque ahí seguís dormido y probablemente en otro momento ya te hubiera despertado, o a lo sumo un hola piba, pero esta vez me da cosa, no quiero robarte de tu escape canino. Y se nota que algo sentís de mi mirada posada sobre vos, recorriéndote la perruna figura, porque te removés un poco inquieto y tu cabeza se va deslizando por el cuarto trasero del viejo hasta tocar el sillón y así quedás, en puro estado horizontal, con la cara sobre la descolorida manta celeste y blanca, tan llena de pelos que a veces hasta me da cosa sentarme ahí para mirar la tele. Vos inmutable y ellos también, porque ninguno de los cuatro se mueve, cosa que de vos es esperable con ese sueño de tronco que tenés, pero raro de los perros, que siempre están a los gritos apenas alguien se acerca a la puerta de calle y ahora, tan silenciosos y somnolientos, como si mantuvieran una delicada y ritual armonía onírica perruna.

Y vos que te removés de nuevo, soñando seguramente que corrés por el campo o que viajas en el techo de la lancha colectiva ansioso de bajar en el muelle y sin más ni más, echarte una corrida desbocada para ir a zambullirte en el río. O quizás soñás que hay asado y te tocan los huesos y las sobras, entonces alto festín, mordisqueando y royendo pedazos de tira hasta altas horas o mejor aún, que vamos a la playa y corrés sin pausa, con la boca abierta y la lengua flotando como de costado, pasás en carrera rasante por la orilla salpicando a unas señoras que se remojaban las patas y seguís el alocado trote hasta detenerte en un pozo que alguien abrió oportunamente, metés primero el hocico, luego las patas delanteras estiradas y hociqueando a intervalos regulares vas cavando con patas y uñas, con la intuición de vaya a saber uno qué carcaza de pescado, qué ostra antediluviana, qué caracola arrobada de salitre y de sol, escondida por unos niños hace una pila de veranos y vos que pronto la vas a encontrar, a abrir bien grande la boca, llevártela a la orilla, pegarle una enjuagada en el mar y me la vas a traer, para que te la tire una y otra vez, entonces la corrida ansiosa para depositarla cerca de mi mano y de nuevo el mismo juego, la reiteración hasta el infinito. Qué otra cosa sino los días de perro, las vidas de perro y muy probablemente, los sueños de perro.

Este sueño de perro tuyo, que se va desperezando mientras abro la puerta del patio para que se ventile un poco de este olor a manada humedecida y pongo la pava para el mate, mientras me saco la campera toda mojada, las botas, las medias, todo empapado. Y yo que les vine a romper la armonía de la siesta y vos que te vas despertando de a poco, me mirás, con los ojos entrecerrados, me mirás como desde muy lejos, como desde otro tiempo más primigenio, más animal y me sonreís, sonrisa plácida de ojos achinados, sonrisa todavía de costado con la mejilla apoyada sobre la colcha llena de pelos, sonrisa perenne porque me ves que llegué y ya podés ir volviendo a ser hombre. Y alrededor tuyo se va desperezando también la manada, hola piba más linda, con cara y voz todavía de sueño y la sonrisa pintada, qué bueno que llegaste, ¿pusiste la pava?, me quedé dormido acá entre los bichos, te extrañé, ¿me das un beso?, cómo llueve, te mojaste ¿no? A que no sabés lo que estaba soñando.


GONZALO BESTEIRO es comunicador y docente. Estudió Ciencias de la Comunicación en la Universidad de Buenos Aires. Trabajó como productor y guionista en diversas producciones televisivas, nacionales e internacionales, aunque no reniega de haberse ganado la vida también haciendo hamburguesas en una cadena de comida rápida o amasando panes rellenos. Actualmente se desempeña como docente en escuelas secundarias públicas de la Ciudad de Buenos Aires, dando clases de Comunicación, Lengua y Literatura. Ha participado de diversos proyectos radiales, y conduce desde sus comienzos el programa Fuerza Centrífuga, producción radial de Red Eco Alternativo, colectivo que integra desde el año 2006, y en el que además ha colaborado como periodista gráfico.

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