¡AL COLÓN, AL COLÓN!

Por Ana María Ramb (*) para Red Eco

 El Teatro Colón, símbolo de la vida cultural de los argentinos, ha sido devastado por un plan de privatización y banalización que arrastra en su torrente destructivo a los trabajadores de planta, a los contratados que vienen realizando su labor por años, a los técnicos de los talleres de alta calificación, a las escuelas de formación artística, a músicos, cantantes y bailarines que sostuvieron con su arte la colocación de este coliseo entre los primeros del mundo. Entre ellos están los trabajadores que soportan una descarada presión para que acepten jubilarse con montos a todas luces insuficientes, y que, en su resistencia, han dejado de percibir sus haberes desde enero de este año. Un cerco por hambre.

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¡AL COLÓN, AL COLÓN!
Por Ana María Ramb (*) para Red Eco
Argentina, Abril de 2009
 
Domingos del pueblo

Primera presidencia de Perón, un domingo de invierno a las diez de la mañana. Cientos de nenas y pibes trasegábamos por primera vez los umbrales del Teatro Colón, gracias a la función que los elencos estables daban ese día de la semana, y a precios populares. De la mano de un adulto que pagaba un peso por su platea -cuando el boleto de tranvía costaba veinte centavos-, y casi como en el poema de Raúl González Tuñón, por cinco monedas de veinte obladas por “un mayor”-, hasta tres chicos por familia nos deslizábamos por una ranura y entrábamos gratis en nuestro primer coliseo por la puerta grande, muy prolijitos en nuestras modestas ropas, pisando fuerte en la alfombra roja. Una fiesta.
Claro, no podíamos llevar un sándwich de mortadela en una bolsita de papel marrón, como cuando íbamos a ver a Los Tres Chiflados y la serie de Flash Gordon en el auditorio San Roberto, en el barrio de Flores. Pero veíamos los ballets Cascanueces, El Lago de los Cisnes, Las Sílfides, Don Quijote, Capricho Español, el Pericón de Gianneo y el Malambo de Ginastera. O si no, oíamos la Novena Sinfonía de Beethoven, la Inconclusa de Schubert, El Moldava de Smétana, y aprendíamos, entre otras cosas, cómo distinguir el sonido del oboe y del fagot, o que una celesta era algo así como una abuelita del piano. Era el arte al alcance de las clases populares.
Terminada aquella primera función, en una sucursal de La Martona mi viejo me contó cómo los anarquistas de principios del siglo XX le habían cambiado la letra de “Va pensiero”, de la ópera Nabucco, para adaptarla a las reivindicaciones obreras. O cómo, a comienzos de los 30, en plena Década Infame, la oligarquía vernácula había dejado vacíos palcos y plateas en el debut de Jascha Heifitz, uno de los más notables violinistas de la historia, sólo para repudiar el origen judío del artista. En cambio, los melómanos del “gallinero” (las localidades más altas y módicas, próximas a la cúpula del Teatro, a la sazón, repletas) lo habían aplaudido a rabiar, e incluso lo esperaron a la salida. Entonces el maestro sacó del estuche su Stradivarius, y tocó para ellos “Hora Stacatto”, allí, en la vereda de la calle Tucumán, una noche de otoño imperdonable.

 

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La ñata contra el vidrio
La dictadura del 55 terminó con esas glorias domingueras, con el segundo gobierno de don Juan Domingo, y con muchos derechos y libertades que la clase trabajadora supo conseguir. El Colón dejó de ser tan accesible, y entonces sólo pudimos mirarlo con la ñata contra el vitral de alguna puerta cerrada.
Una vez invité a mis queridos alumnos (adolescentes en situación de desamparo) a participar de una visita guiada por el interior del gran Teatro. Descubrimos el mundo de maravillas que palpita en la trastienda, la inmensidad del escenario y la magia de la tramoya, el notable trabajo de técnicos y escenógrafos, la labor preciosista de los talleres, el fasto del traje de Boris Godunov, con su pedrería deslumbrante. Y hasta pudimos colarnos por las salas de ensayo mientras la orquesta sinfónica del Teatro ejecutaba la Sinfonía Pastoral de Beethoven. Fue el punto de partida para oír después, en discos, alguna fuga de Bach, y descubrir su influencia sobre Los Beatles. Pero asistir a una función en el Colón nos resultó inalcanzable.
Por esas cosas de la vida y de una Revolución, años más tarde pude recuperar aquella alegría de lejanos domingos de infancia, con gente del pueblo, muy feliz de asistir a funciones de gala de su primer coliseo. Fue en el Teatro García Lorca de La Habana, que es del pueblo y para el pueblo. Para obtener localidades allí, sólo hay que sacarlas con anticipación.
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Un “Plan Maestro”
No cabe duda de que el Teatro Colón es uno de los más bellos del mundo. Su acústica para ópera lo sitúa en primer lugar en el mundo, y en tercero para música sinfónica.
La burguesía argentina de fines del siglo XIX –una burguesía que consideraba el país como un enorme latifundio de su propiedad y que, con la apetencia de parecerse a las burguesías europeas de la época, quiso tener su gran coliseo– dispuso iniciar la construcción en 1889.
El Teatro Colón fue levantado con el dinero del pueblo, con el sudor de cientos de obreros y artesanos y, a lo largo de su ya larga existencia, con la dedicación y afanes de miles de artistas y técnicos. Gracias a sus talleres, es el único teatro de ópera con producción propia. Se inauguró con Aída de Giuseppe Verdi, el 25 de mayo de 1908. De gran valor histórico, artístico, arquitectónico y social, es todo un símbolo.
Pero un símbolo cuyo goce se reservó la alta burguesía a lo largo de varias décadas, mientras el Estado se encargaba de sostenerlo. Entre tanto, sus puertas, salvo durante raros paréntesis, estuvieron cerradas al pueblo por un férreo candado: o sus localidades estaban “agotadas” antes de abrirse las boleterías, o sus altos precios estaban fuera del alcance del bolsillo popular. Éste es el déficit que el Teatro Colón debe y puede saldar con la sociedad argentina. Porque, como decía Aníbal Ponce, cuando la cultura se disfruta como un privilegio, envilece más que el oro.
Cambió la alta burguesía que lo disfrutaba con exclusividad; ella ya no goza con las artes, como sus antepasados; sus gustos se degradaron. El shopping en Miami le resulta más atractivo que asistir a una función de Tosca. ¿Podemos imaginar a Mauricio Macri –a quien la añeja aristocracia consideraría un “parvenu” o recién venido– oyendo “E lucevan le stelle”? Él prefiere cantar, desafinando, “We will rock you”... Es que para brillar en la pasarela de la frivolidad, no hace falta asistir a una gala artística, para eso están las revistas del corazón.
El centenario del Teatro Colón, cumplido el 25 de mayo de 2008, lo encontró cerrado, como lo estará en el próximo mes, a sus 101 años (y tal vez lo esté todavía el 25 de mayo de 2010). El 31 de octubre de 2006 cerraron sus puertas para su “puesta en valor”. En enero de 2006, Jorge Telerman había reemplazado a Aníbal Ibarra en la jefatura de gobierno de la Ciudad y, de inmediato, de la galera sacó el llamado Master Plan (Plan Maestro) para poner el Colón en la órbita de las “industrias culturales”. No se consultó en ningún momento a los trabajadores de la casa, quienes conocen bien la infraestructura del edificio. Por el contrario, ellos fueron trasladados a otros espacios, en condiciones que no cumplen con las elementales necesidades de cada actividad, y sin el menor respeto a las condiciones laborales.
 
Un nuevo rey Midas
Al actual jefe de gobierno, Mauricio Macri, la iniciativa del “Plan Maestro” le vino como anillo al dedo. Por eso, pese a los reclamos de auditoría, se negó a revisarlo. Pero quería aun más. Sus equipos pergeñaron otro invento: la “Ley de Autarquía”, para darle al Teatro “autonomía legal y autarquía financiera”. Así, lo sacó del régimen de compras de la Ciudad, colocó a los trabajadores fuera del convenio laboral estatal, y confirió al director poder absoluto para decidir sobre cualquier cuestión, al margen de todo control. Salvo el del jefe de gobierno.
En realidad, la llamada Autarquía es una herramienta para generar negocios privados con dineros públicos, y dar vía libre para convertir el Colón en una sala de alquiler donde se celebren eventos empresariales y/o turísticos. Según los nuevos planos, en el área de los camarines funcionaría una confitería; habrá en cambio un gran camarín común para 60 personas. Donde estaban los baños, estarán los despachos de los nuevos directores. ¿Y el lugar de las duchas? No se sabe. Las oficinas administrativas del Teatro, ubicadas en la calle Bernardo de Irigoyen, permanecen cerradas a partir de la creación del “Ente Autárquico Teatro Colón”.
No figuran en esos planos los talleres de zapatería, pelucas, sastrería, mecánica escénica y depósito de materiales de filmación. ¿La razón? El cierre o precarización de los talleres significará la reducción de las producciones propias, a favor de negociados externos con grupos privados –los que, “Mecenazgo” mediante, se verán exentos de pagar impuestos–. Mientras, personal altamente calificado languidece en un galpón de Chacharita o en un depósito de la calle Lavardén, en Parque Patricios.
Sigamos con los planos. Donde estaban las salas de ensayo para baile habrá dos nuevos gift shops (tiendas de souvenirs). La sala de ensayos para la Orquesta Filarmónica cede su espacio a salones para recibir personalidades VIP. La sección de arquitectura teatral y el depósito de vestuarios y telones se convertirán en un salón de conferencias. Desaparecen las aulas de ISA (Instituto Superior de Arte) para dar lugar a salas de estar VIPS. Entre tanto, la escuela de ballet funciona en un estudio privado de Villa Luro, lejos de las escuelas y colegios próximos al Colón donde los jóvenes alumnos cumplen con su escolaridad primaria y secundaria. Faltan también en los planos las instalaciones de las direcciones históricas, el archivo, la biblioteca y la oficina de prensa. Estos datos no son secretos; sobre los nuevos planos informó el suplemento de Espectáculos del diario La Nación del 9–11–08.
Si bien el edificio necesitaba obras de mantenimiento –aunque no de rediseño¬–, estaba intacto al momento de su cierre. En algún momento de otra gestión, se convocó al Istituto Centrale del Restauro de Roma, para que uno de sus equipos viajara a Buenos Aires y diseñara un plan de restauración, acorde a las necesidades de un coliseo y a la particular arquitectura del Colón. Los visitantes se fueron sin que sus propuestas fueran tenidas en cuenta por la gestión Macri, la que en cambio convocó a arquitectos no especializados en este tipo de construcciones, donde la acústica cuenta tanto como la seguridad edilicia, temas sobre los que estos profesionales no se han especializado. Tampoco se consultó al equipo del Teatro La Fenice de Venecia.
Al rey Midas de la leyenda griega la codicia le jugó una mala pasada. Ambicionó tener el don de transformar en oro todo lo que tocase, y así no pudo siquiera hincarle el diente a un modesto pedazo de pan. A los habitantes de Buenos Aires nos tocó un nuevo rey Midas, que convierte en excremento todo lo que toca, cuando lo que quiere es oro, oro, ¡oro! Y la mayor parte de las veces lo consigue, haciendo picadillo irrecuperable todo lo que encuentra a su paso. ¿Algún psicoanalista podría explicarnos la correspondencia entre el oro (el dinero) y las heces, descubierta por Freud?
A Macri, ungido en junio de 2007 por el 62% del voto popular, Telerman le permitió cogobernar con él hasta el día del traspaso, en diciembre de ese año. Muy pronto, el nuevo jefe de gobierno no vaciló en intervenir en los cimientos del Teatro Colón. Remodeló el subsuelo para abrir paso a un montacoches que produjo una rajadura que parte del tercer subsuelo y llega al tercer piso. Hubo que apuntalar paredes y ventanas en ochava. Esto ocurrió en 2008. En febrero de 2009, el piso del estacionamiento, sobre la calle Toscanini, cedió bajo el peso de una grúa que funcionaba “para agilizar el sistema de carga y descarga”; en realidad, para abrir el ingreso de contenedores. Hubo un principio de incendio, que fue sofocado. El operador de la grúa tuvo que ser internado; menos mal que se recuperó. Ahora bien, ¿por qué habría que darle paso a contenedores? Porque en ellos ingresarían producciones tercerizadas; es decir; escenografías listas para ser armadas en el interior, y los vestuarios para cada espectáculo, todos ellos elaborados en talleres privados.
 
Bienes intangibles
Se sabe que el Teatro Colón es una joya arquitectónica y artística. Además, cuenta en su haber con un activo intangible de equivalente valor: el cuerpo de trabajadores que lo sustenta.
Su anterior director general, Horacio Sanguinetti, con antecedentes antidemocráticos y contra los DD.HH. en los Ministerios de Interior de dos dictaduras, junto con Martín Boschet, director ejecutivo del Teatro (cuyo mayor antecedente para el cargo fue ser puntero del Pro en La Recoleta), no se detuvo ante los derechos de los técnicos y artistas del Teatro, y obedeció la consigna de su jefe. Porque para “equilibrar las cuentas de la Ciudad”, de movida Macri anunció que reduciría a la mitad el personal del Teatro. Ante las fuertes críticas recibidas, se desdijo de su promesa. Pese a esto, Sanguinetti implementó un plan de vaciamiento, destinado a reabrir el Colón con una programación y una planta de personal diezmadas.
Su sucesor, Pedro Pablo García Caffi, no puede alegar inexperiencia como gestor y administrador cultural. Además de músico (con su hermano Juan José, dirigió por años el Cuarteto Zupay, cuya conocida actitud ética él desmiente hoy con sus dichos y acciones), ha sido productor y director del Teatro Argentino, de La Plata. Sin embargo, interpelado por la Comisión de Cultura de la Legislatura de la Ciudad, el pasado lunes 13 de abril se presentó para discutir el plan de ajuste de personal del Teatro. Y dijo entonces: “El Colón es un Teatro de producción, no un seguro de empleo público que apila gente en los pasillos". Ante la ruidosa respuesta de los trabajadores presentes y el repudio de los legisladores, el funcionario abandonó el recinto.
Antes del ex abrupto, García Caffi (amigo de Felipe Solá ) había postergado de forma sistemática y deliberada las negociaciones paritarias para tratar temas fundamentales como la del personal en condiciones de jubilación, la estructura de empleo y el escalafón en las distintas carreras. Mientras dejaba caer cientos de contratos de trabajo, quiso imponer un escalafón basado en nomencladores por oficios y “sub–oficios”, en lugar de uno que ponderase la responsabilidad específica de cada trabajador en su área. Redujo las producciones propias a favor de negociados externos con grupos privados, y en lugar de “blanquear” puestos de trabajo, aumentó la contratación y la tercerización de servicios. De ahí el afán de dar ingreso a contenedores que portarían producciones externas, nuevo filón privatista.
Los contratos caídos dejaron filas raleadas en la Orquesta Estable; no así en la Filarmónica, lo que supone un trato diferenciado. Tampoco los empleados de planta permanente están a salvo del vendaval, vistos los pases a otras dependencias del Gobierno de la Ciudad; de ese modo, la transferencia generacional de competencias y saberes muy específicos (desde escenografía a construcciones escénicas, desde escultura hasta utilería, tanto como sastrería, zapatería, peluquería y maquillaje) ven cortadas sus líneas de transmisión.
En suma: que también en cuanto a la condición laboral de sus trabajadores, el Teatro está en las peores condiciones que pueda registrar su historia.
La situación no pasa inadvertida por grandes figuras del escenario internacional. En su última visita, el venerable director Franz-Paul Decker sólo aceptó un pliego con un mensaje y una plaqueta, de parte de la Orquesta Estable que había conducido ante un raleado auditorio en la Universidad de Belgrano, en tanto desairaba a Horacio Sanguinetti, aún en funciones y como portador de una medalla y una convocatoria: “Invitaremos al Maestro para la reapertura del Teatro, que será muy pronto”. A lo que Decker respondió: “Si todavía existo”.
Es bien conocida la declaración del argentino Daniel Baremboim, improvisada al concluir un concierto de homenaje al Teatro Colón en el Luna Park, en mayo de 2008: “El Teatro Colón no es un lugar de lucimiento para mostrarse en el exterior o traer buenos cantantes y buenos directores. Es el símbolo de la existencia y la riqueza de la vida cultural en la Argentina. Que el Teatro esté cerrado es señal de que hay algo que no funciona muy bien. Por eso apelo a todas las personas responsables, irresponsables de esta situación para que se olviden de los orgullos y de las ambiciones personales porque todo es muy pequeño; el gran orgullo es que el Teatro se abra de nuevo para el Bicentenario, en 2010. Nuestro Himno Nacional habla de los laureles que supimos conseguir. Los laureles, señoras y señores, no son eternos, hay que reinventarlos todos los días”.
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Al pueblo lo que es del pueblo
El Teatro Colón, símbolo de la vida cultural de los argentinos, ha sido devastado por un plan de privatización y banalización que arrastra en su torrente destructivo a los trabajadores de planta, a los contratados que vienen realizando su labor por años, a los técnicos de los talleres de alta calificación, a las escuelas de formación artística, a músicos, cantantes y bailarines que sostuvieron con su arte la colocación de este coliseo entre los primeros del mundo. Entre ellos están los trabajadores que soportan una descarada presión para que acepten jubilarse con montos a todas luces insuficientes, y que, en su resistencia, han dejado de percibir sus haberes desde enero de este año. Un cerco por hambre.
La proyección del Teatro excede el ámbito de la Ciudad, ya que es patrimonio de todos los argentinos. El Colón es del pueblo –diría nuestro querido y recordado Osvaldo Pugliese–, y por ello debe volver al pueblo. Ante todo, sus trabajadores deben ser respetados en sus derechos. Ellos, lejos de aceptar pasivamente el desmantelamiento del Teatro en sus distintos ámbitos y sectores, permanecen en pie de lucha. No sólo para defender sus puestos, sino, sobre todo, para "preservar el patrimonio histórico y evitar la destrucción del referente cultural más importante de la Argentina". José Piazza, músico de una de las orquestas del teatro y delegado general por ATE, prometió: "Vamos a realizar movilizaciones para seguir con nuestro reclamo. Hacemos un desafío al Gobierno de la Ciudad, para que sea un teatro a puertas abiertas, para que ingrese el periodismo y no sea una obra secreta".
Desde El Desafinado (un boletín interno, con ganas de hacer ruido), los trabajadores sostienen el estado de asamblea y movilización, asisten a la presentación de informes en la Legislatura por parte de García Caffi, convocan a conferencias de prensa, como la que ofrecieron en estos días en SADEM (Sindicato Argentino de Músicos), a la que asistió Gustavo López, Subsecretario General de la Presidencia de la Nación. El funcionario se solidarizó con la situación de los trabajadores, y a la vez criticó "la falta de información precisa sobre el estado de las obras del Teatro Colón". El Ministerio de Desarrollo Urbano de la Ciudad permanece indiferente a la larga crisis que opera en el teatro más importante de Latinoamérica en su categoría, pero ahora debe responder al pedido de informes presentado por Gustavo López, a través de la Comisión Nacional de Museos y de Monumentos y Lugares Históricos.
En suma: que los trabajadores del Colón reverdecen sus laureles y, junto con Piazza, los demás delegados y Rodolfo Arrechea, Secretario General Adjunto de ATE, exigen:
• Ni un solo despido.
• Ni un solo traslado.
• No a los contratos basura.
• Incluir a los contratados en la planta permanente.
• Ni una sola jubilación compulsiva.
• 82% móvil para los jubilados
• Blanqueo de las cifras en negro, tanto para activos como para trabajadores en condición de jubilarse.
• Apertura de paritarias.
• Reapertura del Teatro Colón, de sus talleres y escuelas.
• Auditoría del llamado Master Plan.
• Revisión de la Ley de Autarquía.
• No a la privatización de sus producciones.
• No a la privatización de sus espacios.
Nos solidarizamos con los trabajadores y sus reclamos.
Por un Teatro Colón al servicio de la educación y la cultura.

 

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