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“Como consecuencia de las prácticas espectaculares, millones de personas podrían sellar su destino de modo nefasto”

Alejandro Kaufman es profesor en la Universidad Nacional de Quilmes y en la Universidad de Buenos Aires e investigador del Instituto Gino Germani. En este intercambio analiza las posiciones de cara al balotaje, la peligrosidad de dar un “salto colectivo al vacío” y la farandulización del discurso político. Red Eco Alternativo.
(Ramiro Parodi - Red Eco) Argentina - Ramiro Parodi: Quisiera saber tu opinión sobre el discurso macrista. Sus fluctuaciones, la merma en sus definiciones políticas y su reiterado llamado al cambio, la felicidad y la alegría. ¿Cómo se configuran las subjetividades que se sienten identificadas con este discurso?

Alejandro Kaufman: Cómo se configuran subjetividades solo puede ser motivo de conjeturas, así como si se “sienten identificadas o no lo hacen” con tal discurso. No obstante, tenemos frente a nosotros ese discurso, disponible para analizarlo: omite sus designios, que se filtran por otros lados con anuncios ominosos, mientras en la superficie esgrimen persuasiones carecientes de objeto, solo fundadas en la declaración de buenas intenciones (parecen una broma de Capusotto), y en la respuesta a una expectativa de “cambio” de lo conocido por cualquier otra cosa, con tal de “probar” algo diferente. La apuesta es a la subjetividad convencional del consumidor, confrontado a la libre elección de marcas, todas ellas más o menos equivalentes, y carecientes también de todo otro argumento que no sea la mera satisfacción efímera o transitoria obtenida de una mercancía. No es solo el macrismo el que se determina como discurso concurrente al mercado político, dado que el mercado político es el escenario ineludible de la institucionalidad democrática a la que todos los aspirantes al poder deben rendir pleitesía, de modos más o menos acríticos, o resignarse al solo objeto del testimonio, algo que nadie parece predispuesto a llevar a cabo. En definitiva: no hay otra prueba para evaluar tales discursos que sus resultados. Cualquier otro recurso, analítico, estadístico o inquisitivo es conjetural. Solo el resultado electoral determina la prueba de la eficacia. Y cada resultado electoral, en cada instancia ofrece la posibilidad de dar lugar a una variante impredecible, al menos en el grado suficiente como para modificar los resultados en un sentido o en otro. ¿Cuántas personas, dentro de algunos días, estarán dispuestas a desoír sus propios intereses básicos para otorgar el poder político a una flagrante mentira, a una seducción falaz como pocas veces se ha visto? Eso lo sabremos, y poco podemos predecir. Sin embargo, sí podemos contribuir con esclarecimiento, templanza y sensatez a alentar un sentido diferente.

R.P: ¿El discurso que llama ante todo al consenso no olvida que el disenso es la base de la democracia y el conflicto la esencia de la política? ¿Esta tendencia a homogeneizarlo todo bajo el paraguas de la felicidad no excluye las diferencias?

A.K: La lógica del conflicto supone la diferencia entre opresores y oprimidos, predadores y presas, explotadores y explotados. Los primeros son quienes invocan el consenso porque requieren de sus víctimas la obediencia, la pasividad, la entrega al destino que les tienen trazado. Son los segundos quienes tienen cifrada su emancipación en el conflicto con sus adversarios estructurales, quienes, en el juego de la institucionalidad democrática solo pueden participar de modo significativo, sin resignarse a una subyugación voluntaria, mediante el cultivo del conflicto. De modo que la política no es sinónimo de conflicto en términos del discurso, sino de cómo se avanza por el camino de la emancipación sin abandonar el juego, pero a la vez sin perder en él. Para el amo es deseable que el esclavo no ofrezca resistencia, que obedezca en silencio. Es el subalterno quien habrá de recurrir al conflicto para aspirar a su emancipación. El juego reglado de la democracia, la explicitación de sus reglas, requiere de algún modo disimular la verdadera distribución de los roles. Facilitado tal ocultamiento porque pocas veces las candidaturas se correlacionan tan decididamente con alguno de estos roles.
En esta coyuntura, una de esas candidaturas es clarísima e inequívoca, viene investida del juego del predador, que prefiere hipnotizar a su víctima con conjuros que la inmovilicen, que la hagan obedecer contra su propia supervivencia, a fin de dejarla dispuesta a la voluntad dominante. La otra candidatura no está exenta de dudas sobre el alcance de su antagonismo y disposición al conflicto, pero la primera es fácil de distinguir, es inequívoca. Sin embargo, su poder de seducción nos ha sorprendido y nos atemoriza sobre el alcance inminente que pueda tener. Todo depende de esa distinción, entre una insensata entrega a quienes van a devorar a sus víctimas o la opción por quien mantiene abierto el horizonte de lo posible, por estrecho que sea. La clausura total por un lado, una gris y módica esperanza por el otro.

R.P: ¿Este planteo no responde a la lógica del "mal menor" que critica el FIT? "Si siempre nos conformamos con el mal menor nunca se dará lugar a un verdadero acontecimiento". ¿Si esto es así como es que el kirchnerismo, que para algunos es el mejor gobierno democrático que hemos tenido, no ha podido presentar a un candidato mejor, que pueda defender mayormente su gestión en provincia, que posea una retórica apropiada?

A.K: El FIT critica el “mal menor” que aqueja a los demás, sin dar cuenta de los propios. Es una objeción que puede aplicarse a la entera condición existencial en que nos encontramos, desde hace tiempo y en forma creciente, desde que las luchas sindicales son una forma de “mal menor”, dado que ya lo eran en épocas clásicas de las luchas sociales, pero lo son mucho más cuando se encuadran entre los derechos constitucionales, hasta la propia participación en las instituciones “burguesas”, y más aún, en las prácticas culturales y mediáticas más convencionales y reproductoras de lo existente, sin el menor asomo de una tentativa crítica. No están en posición de prescribir al respecto, no sin reservas. Además, optamos por el “mal menor” en forma explícita y autocrítica, sabiendo que se trata de ello, sin negarlo, sin exitismos (quienes lo encaramos de ese modo, aun siendo minoritarios).
En segundo lugar el fracaso en haber presentado un candidato mejor es efectivamente un déficit, que ha dado lugar a malestar y desilusión, aunque no se trata de una sorpresa, dado que una limitación de las lógicas del liderazgo movimientista popular reside en el carácter excluyente de la unción carismática, intransferible. En esa dinámica reside su mérito y también su límite. No se trata de una característica exclusiva del populismo y tampoco de algo que se nos escape como problema.
De todos modos, también quisiera insistir en que esta conversación solo me parece de interés ante una encrucijada en particular, en la que la decisión equivocada tendría un costo mayúsculo, más allá de las dimensiones estratégicas o de fondo que suponen tus preguntas. Importa en este momento un asunto puntual y menor en sí mismo, un voto en un balotaje, pero de suma importancia por sus eventuales consecuencias desmesuradas. No discutimos –por mi parte– ahora “todo”, sino solo esta encrucijada. No está mal ampliar el alcance del debate, pero una encrucijada se limita a dos opciones inminentes y nada más en tanto acontecimiento singular. Antes y después se discutió y se seguirá discutiendo todo lo que se quiera. En este momento, lo que está en debate es lo ocioso, resentido y mezquino que es pretender una actitud sin utilidad, solo destinada a hacer daño sin obtener ninguna ventaja. También neonazis y otros fascistas llamarán al voto en blanco, y no se podrán distinguir. Pocas veces podrá verificarse un proselitismo más disparatado. Y digo esto sin contradicción con el respeto hacia la posición en sí, a sostener esa alternativa ante el balotaje. Hasta la comparto como planteo conceptual, pero no en sus términos prácticos, si implican habilitar fiscales y otras alternativas absurdas. Lo entiendo perfectamente como posición asumida frente a esta escena.
 
R.P: ¿Qué lugar ocupan los programas como los de Alejandro Fantino y Santiago del Moro en la coyuntura política actual? ¿Crees que refuerzan algún modo de abordar la política en particular? ¿Funcionan a algunos intereses en particular?

A.K: Que programas como los de Fantino y Del Moro hayan logrado incluir el conjunto del debate político en sus contenidos procedentes de la más rancia farándula, y que junto a otros hayan establecido la estética de la farándula como escenario de la esfera pública política basta por si solo para advertirnos acerca de una derrota del intento más serio en décadas por la consecución de una esfera pública donde los asuntos de la política pudieran ser tratados según criterios apropiados a las responsabilidades que les conciernen. Por múltiples razones, entre las cuales no están exentos muchos integrantes y adherentes aparentes o formales del ciclo que culmina, en estos últimos años se concedió a la farandulización la soberanía sobre el discurso político, con las consecuencias nefastas a las que inevitablemente da lugar ese tipo de espectáculo cuando se le concede el dominio de la conversación política. Aun cuando en las sociedades contemporáneas no se lo pueda evitar del todo, asistimos por el contrario a su presencia prácticamente excluyente. Son discursos que contribuyen y han contribuido de manera decisiva a crear las condiciones en que las opciones políticas se adelgazan hasta volverse una frívola y estólida alternativa sin apelación posible a una exposición con mínimas condiciones de sensatez. No está todo dicho, sin embargo, y las luchas sociales y culturales no se detienen en las encrucijadas electorales. Favorecidas por ellas o condenadas a la debilidad, prosiguen, aun en las peores condiciones. Además, algunos actores políticos no se resignan fácilmente, sino que intentan luchar en ese terreno, al haber fracasado el proyecto de modificar los escenarios. No se pueden descartar algunos logros parciales, aún en un escenario extremadamente adverso. En esta coyuntura es probable que el aparente éxito en la primera vuelta haya conferido tal ventaja abusiva a quien de ninguna manera puede sostenerse, que hasta el último momento podrá alentarse la esperanza de que no se cometa un salto colectivo al vacío.

R.P: Dentro de esta victoria de la farandulización del discurso político, no puedo dejar de pensar que existen dos vértices que la complementan que son, por un lado, la selección de personajes famosos como políticos (Carlos Mac Allister, Miguel del Sel, Martiniano Molina) y, por el otro, la retórica del consenso y la alegría que ya abordamos. ¿Crees entonces que la temporalidad mediática (la artefactualidad según Derrida) ha desplazado ese otro tiempo de la política como posicionamiento ideológico y desarrollo de propuestas concretas? Si esto es así, ¿existe retorno posible o el juego político hoy es este y hay que aprender a jugarlo (frase escuchada por muchos compañeros kirchneristas)? ¿Fukuyama tenía razón y el fin de las ideologías llegó para quedarse?

A.K: La relación entre discurso político y sociedad del espectáculo es un tema de vastísimos alcances que apenas ha sido rozado en nuestros debates públicos y que, efectivamente, ha sido motivo de una regresión conservadora de la peor especie. El movimientismo es extremadamente diverso y polimorfo. Mencionar lo que dicen algunos compañeros no es más que un ejemplo entre muchos otros. Bastaría relevar las metodologías y concepciones con que se encararon tales cuestiones desde la presidencia en estos últimos años para constatar iniciativas ejemplares, creativas, innovadoras y de gran calidad crítica social, de las cuales algunos, o no se han anoticiado, o han encarado el tema con un desprecio y una indiferencia dignos de mejor causa. Muchos de esos esfuerzos han rendido frutos, otros no lo han hecho, porque las acciones contraculturales emergen pero no necesariamente prevalecen. Por otra parte, la presidencia partió de capitalizar estos tópicos a partir de propuestas que emergieron como movimientos sociales y culturales heterogéneos y de larga data. Todos esos esfuerzos proseguirán en sus afanes, aun cuando lo hagan del mismo modo en que lo hicieron durante años, desde la oposición minoritaria. “Aprender a jugar” es lo que todo actor social debe hacer respecto de aquello con lo que antagoniza. De ningún modo implica obedecer a lo que prevalece. Es como en cualquier otro frente social, cultural o político. En cualquiera de ellos hay que “aprender a jugar”, sin que ello sea lo mismo que traicionar burocráticamente las causas populares y sociales para “jugar” a favor del poder. Jugar se juega siempre. El asunto es a favor de quién.

R.P: Por otra parte, ¿podrías comentarnos cómo viste el debate? ¿Crees que responde a esta lógica del espectáculo televisivo? Me resulta confuso conjugar el impresionante show que se montó sobre esto (la Facultad de Derecho parecía el Teatro Colón y hubo 51 puntos de rating) con la discutible incidencia que puede llegar a tener a la hora de la votación. Parecía una pelea de boxeo de Mayweather en las Vegas, todo un show detrás pero al final de la pelea no se asestó ningún golpe y el público salió sabiendo lo mismo que sabía antes.

A.K: De acuerdo con tu caracterización. En otras circunstancias ni le habríamos prestado atención. El asunto relevante es lo que implica, las consecuencias. Parecía una pelea de boxeo, pero del resultado dependen cosas muy diferentes, y eso es todo lo que importa ahora: que como consecuencia de las prácticas espectaculares y de sus efectos devastadores esperables, millones de personas podrían sellar su destino de modo nefasto, sin que la otra alternativa mantenga la distancia que quisiéramos, pero no obstante más que suficiente para hacer lo correcto en este caso.

R.P: ¿Qué opinas del discurso sciolista/kirchnerista? Es decir, si comparamos la campaña "en la vida hay que elegir" (netamente política) con el actual "con más fe y esperanza que nunca" parece que el sciolismo/kirchnerismo se ha valido de las armas de su enemigo (que se presentan como las hegemónicas) para interpelar a los votantes. ¿Ha sido esto un error estratégico?

A.K: A esta situación se ha llegado en forma progresiva y contradictoria a lo largo de los últimos seis o siete años. Es decir, desde el principio de una lucha que se decidió librar, tan extraordinaria y digna como quijotesca y por eso mismo merecedora de todo el apoyo y la participación posibles, tal como sucedió. Sin embargo, desde el principio fueron echándose las cartas de la derrota. No tiene sentido lamentarse sobre matices que pudieron haber acelerado o retrasado los resultados actualmente desenvueltos, sin perjuicio de que siempre es necesario analizar y aprender de la experiencia. Las luchas emancipatorias no se dirimen con victorias, sino librándose de la opresión, y nuestra historia civilizatoria no les concede tregua. Constituyen nuestra forma de la existencia. No concluyen, sino que reconocen cumbres y valles. No se ponen en práctica por las garantías de eficacia que ofrezcan o mezquinen, sino porque es como queremos vivir en lugar de hacerlo de rodillas. Insisto en que las luchas importan por su vector emancipatorio, no tan solo por si son o no victoriosas. En este caso, aun habiendo sido derrotados en estos aspectos, fue enorme el avance logrado, y no se perderá así sea como memoria.

R.P: En un punto esto contradice el argumento kirchnerista de que "con Macri volvemos a los ’90" ¿no? Pablo Alabarces me comentó semanas atrás que él veía un gran error ya que "en realidad lo que están haciendo es más de lo mismo en términos de lo que se le ha venido criticando al kirchnerismo. Es decir, aquellos argumentos que usan los que no lo quieren votar. No lo veo como eficaz, creo que es un gran error." ¿Cómo analizas esta estrategia?

A.K: Es habitual confundir retóricas electorales con argumentos, y coyunturas mediáticas con ideas. El trabajo crítico requiere mantener la autonomía respecto del sentido común sin dejar de ver a la vez las consecuencias que suponen tales o cuales enunciados. Hay enunciados que participan de la propaganda, de los efectos que cualquier actor político se ve obligado a producir en su concurrencia al mercado de bienes simbólicos de la política electoral. En todos los casos se trata de procurar eficacia sin causar daño (como sería el caso si una propaganda fuera sexista o imitara a una película de Tarantino instando a una nueva confusión entre discurso político y espectáculo, sin valor alguno respecto de la ironía citada).

R.P: ¿Qué opinión te merece el llamado del FIT a hacer campaña a favor del voto en blanco? ¿Crees que allí radica algún germen de resistencia o que es una medida irresponsable? ¿Es posible pensar por fuera de coyuntura?

A.K: El FIT define su identidad y programa como resistencia clasista, y en la actual circunstancia debe seguir las reglas del juego electoral igual que las demás fuerzas de la primera vuelta. Es decir, además de la ética de la responsabilidad hacia el cuadro general, deben velar por el compromiso contraído con su historia y sus propuestas en la escena actual. Ninguno de los líderes concurrentes a la primera vuelta puede simplemente manifestarse en favor de una de las dos opciones. Todos deben instalarse de maneras que concilien sus identidades con las inclinaciones que les parezcan más plausibles. En ese sentido el FIT no puede renunciar al voto en blanco, porque es el único coherente con sus programas e historia. Saben como cualquiera de nosotros las diferencias entre las dos opciones existentes, y por ello todo lo que hagan para ampliar el alcance que les requiere su preservación identitaria (extender efectivamente sus campañas en favor del voto en blanco) podría, claro que sí, resultar irresponsable, sobre todo si tuviera eficacia. Que declaren una posición no se correlaciona con la eficacia que puedan alcanzar, más allá de que tal posición podría verse como una deserción para quienes nos oponemos con fervor a la peor de las dos alternativas. Sin embargo, sería un error tomarlos como antagonistas en este debate, y más aún tratarlos sin respeto o en forma grosera. Es necesario convivir con esa alternativa, y en todo caso recurrir a la persuasión para limitarla.
 
R.P: Insisto, ¿la coherencia no va de la mano de una lectura coyuntural? El compromiso con la historia, ¿no merece una lectura del presente, incluso en términos estratégicos? Es decir ¿quién habilitará una cancha más grande para desplegar las luchas obreras?

A.K: Las luchas sociales, culturales y políticas, ya sea obreras o de otros sectores populares, no rinden tributo automático a ningún liderazgo ni a ninguna instancia que se arrogue ese mérito en forma unilateral. Parece que esta lección de la historia se resiste a ser aprendida. En estos días se ha visto una nueva ocasión en que los movimientos moleculares de las multitudes se despliegan en forma masiva, sin que podamos estar seguros de los resultados definitivos, pero con efectos más que evidentes en la sociedad civil, de los cuales algunos porfían en no enterarse. Esto lleva a otro debate siempre inconcluso, siempre estancado, entre las militancias letradas y los movimientos populares que no aprueban el examen letrado, sino que crean otros devenires despreciados por algunos iluminados.

 
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